El espíritu de La Llorona
Varias son las narraciones fantásticas que sobre el espíritu de la llorona cuentan los pobladores de la llanura colombo venezolana y que forman parte del acervo indeleble de nuestra tradición. La llorona convertida en el espíritu vagabundo de una mujer, que lleva un niño en el cuadril, hace alusión a su nombre porque vaga llorando por los caminos misteriosos del llano y en las noches dormidas de los pueblos y ciudades, persiguiendo a los hombres que andan en busca de parranda o de amores licenciosos.
Se dice la que la llorona reclama de las personas ayuda para cargar al niño; cuando ocasionalmente la recibe se libra del castigo convirtiéndose en llorona la persona que lo ha recibido.
Otros dicen que es el espíritu de una mujer que mató por celos a su propia madre y prendió fuego a la casa con su hijo de pocos meses y su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar, la maldición que la condenara: “Andarás sin Dios y sin Santa María persiguiendo a todos los hombres parranderos y mujeriegos”. Nunca se le ve la cara y llora de vergüenza y arrepentimiento por lo que hizo a su familia.
Cuenta esta leyenda que había una señora que era muy celosa con el marido, quien tenía que llevarla a todas partes, incluyendo lógicamente todos los parrandos que son habituales en el llano. Dio la casualidad que para el cuatro de diciembre, día de Santabárbara, patrona de Arauca, los invitaron a una fiesta a la cual ella no pudo asistir. Pasado algún tiempo un vecino que regresaba de la fiesta y que estaba enamorado de Casilda, le contó que había encontrado a su propia mamá (la de Casilda), con su propio esposo en la cama. La mujer que de por sí era extremadamente celosa, juró vengarse de su propia madre, y así fue. Cuando muy por la mañana su progenitora le llevó el café calientito a la cama como lo hacía siempre, Casilda, sin pensarlo dos veces tomó el cuchillo y le dio seis puñaladas, dejándola herida de muerte. Salió del rancho y le prendió fuego sin importarle que dentro quedaban la madre moribunda y su pequeño hijo acostado en el chinchorro.
La mamá de Casilda en la agonía de no poder salvarse ni salvar a su nieto le gritaba a su hija maldita, maldita. Mataste a tu hijo y a tu propia madre que te trajo al mundo. Vagarás por el mundo y por siempre persiguiendo hombres y no descansarás en paz por toda la eternidad.
Se cuenta también que la llorona es el alma de una mujer que abortó a su criatura y después la arrojó a las aguas de un caño, pesándole en la conciencia su infame pecado, que la obliga a vagar desesperada recorriendo las playas de ríos y caños en busca del hijo que un día perdiera.
La llorona representa a todas las mujeres que abortan a sus hijos y que después de muertas se convierten en el espanto que recorre las playas llorando y asustando a los hombres mujeriegos.
El espíritu de la llorona, transformado en leyenda, ha acompañado al hombre llanero desde épocas remotas y de su existencia son testigos muchos hombres mujeriegos.
Un pedazo de tabaco de rollo en el bolsillo evita la aparición de la llorona.
La llorona es una leyenda, que como tantas otras pertenecen a la cultura colombiana y que se cuentan como propia en casi todos los pueblos de nuestra América Latina, desde México hasta la Argentina.
Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza.
Tomado:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
Muchos llaneros antiguos cuentan haber escuchado el berrido de un animal en las oscuras noches de las planicies araucanas. Otros con alardes de valentía mal disimulada y con la espontaneidad que caracteriza al habitante de estos parajes, dicen haber visto muy de cerca la figura de un imponente animal con características de chivo.
Los ojos de este animal, dice don Pedro, un viejo llanero, conocedor de todos los peligros y misterios que asechan al caminante del inmenso e impredecible llano, asustan hasta a los más cogotudos y temerarios, son llamas de fuego que erizan la piel y hacen perder el sentido.
Un día que me encontraba cazando, cuenta Pajarote, un llanero de los que no han conocido nunca el miedo, se me apareció el bicho. Con la tranquilidad del buen cazador levanté mi escopeta cargada con guáimaros tigreros, mientras pensaba: “te jodiste bicho del demonio”. Apunté directamente a los ojos para borrar de una maldita vez esa mirada que estaba empezando a producirme cosquilleo por todo el cuerpo. El estruendoso disparo hizo eco en toda la sabana, igual que el sonido de un cañón.
En este preciso instante cerré los ojos cegados por el humo pero también para pedirle a mi Dios que las cosas me salieran bien.
Cuando los abrí nuevamente, cual no sería mi sorpresa cuando, petrificado, pude ver que el animal me sonreía, cada vez más imponente. El poco de valor que me quedaba empezaba a esfumarse así como lo hacía la oscuridad para dar paso al
clarear matutino.
Rayaba el alba y yo seguía ahí, entumecido, mi cuerpo no atendía a la orden de correr, de alejarme del peligro, estaba completamente engarrotado, seguía allí en el mismo sitio, parado, como si los pies estuvieran fijados en el suelo.
El animal seguía observándome y sonriendo como recreándose con el miedo que me producía su llameante mirada, las fuerzas me abandonan; era una sensación que no había sentido nunca en mi larga existencia de llanero trujano, acostumbrado a enfrentar los peligros de la sabana.
Apenas si pude levantar mi mano derecha para hacerme la Santa Cruz, cuando el bicho empezó a moverse en mi dirección lo hacia lentamente, sintiéndose dueño de la situación, como recreándose con mi miedo.
Ya la sabana se había poblado con la claridad matutina y podía observar mejor la imponente figura del animal. Dos metros de altura, unos ojos llameantes y dos grandes carameras pendientes de una cabeza demasiado pequeña y unas garras como de tigre conformaban el aspecto del ser más impresionante que el hombre haya visto; lo puedo jurar por el mismo Jesucristo.
El animal se acercaba cada vez más y yo ahí, parado, sin acertar a sacar el cuchillo que colgaba de mi cintura como un adorno o un simple recuerdo de los peligros que con él había enfrentado.
Ya el animal estaba a menos de tres cuerpos de distancia y se disponía a saltar sobre mí, indefensa presa. De pronto se detuvo, el canto lejano de un gallo hizo que por un momento se olvidara de mí y mirara con terror el lugar de donde provenía la voz de mi salvador; luego volvió la cabeza retrocediendo por donde había llegado, todavía me lanzo una fulgurante mirada con sus llameantes ojos antes de desaparecer definitivamente por la maraña selvática.
Días después, al contar la historia me di cuenta que le debía la vida al canto de un gallo. Ese animal, me dijo don Silverio, un anciano llanero que se las sabe todas cuando de aclarar misterios se trata, representa el gallo de la pasión, aquél que anunció la venida de Cristo.
Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
El espíritu de la Pata Sola
Es un mito típicamente colombiano. No se identifica plenamente como patrimonio de la cultura popular de nuestra región de sabana. Sin embargo, algunos ancianos cuentan haber escuchado a sus progenitores la historia de una anatomía unípede (dos muslos unidos por una sola pierna), que, errante, aparece en las partes más boscosas de las sabanas solitarias y pierde a los distraídos caminantes. Por sus características ha sido nombrada como la Pata Sola.
Quienes la han visto dicen que aparece especialmente en las noches oscuras y se mueve con gran rapidez, intimidando con sus ensordecedores gritos a los caminantes de las selvas solitarias. La pata sola pierde o persigue principalmente a quienes destruyen los bosques
“La pata sola nació en la mitología popular cuando se iniciaron los trabajos de descuajamiento de las selvas tropicales, empresa heroica en la que el derribar los árboles constituyó una verdadera lucha entre el hombre y la selva; “vencer la naturaleza para civilizar el territorio y mejorar la calidad de vida” aspecto muy definidor de nuestra cultura depredadora. La selva aquí se personifica en un genio tutelar de sus dominios y es la enemiga del hombre en forma de endriago de cabellera enmarañada (ramajes) y de una pata sola (tronco) que le da su nombre “pata sola”.
Es, pues, la pata sola un mito que se identifica más con el hombre que habita las zonas selváticas que con el habitante de sabanas.
Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
El niño de oro
Salir de noche a pescar en canoa por el río Arauca tiene sus riesgos. A quienes se atreven se les aparece un niño de oro, el cual conduce una canoa del mismo metal dorado.
El niño atrae engañosamente con su llanto la atención de los pescadores y al subirlo por curiosidad o por las ganas de ayudarlo, es tal su peso que se hunde, llevándose aferrado en sus pesadas manos a los pescadores inocentes hacia el fondo del río. Se dice, que esta historia es una de las explicaciones del por qué experimentados y curtidos pescadores del río Arauca desaparecen o se ahogan en las noches de pesca.
Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
Desde tiempo inmemorial, la tradición oral de los llanos cuenta de la existencia de un espíritu burlón que molesta a la personas y principalmente a las mujeres de las cuales se enamora y cuando no es correspondido. El espíritu se presenta, en forma de niño a la mujer que lo cautiva y sólo ella puede verlo. Dicen que tiene la capacidad de levitar, hacerse invisible, cambiar de apariencia y modificar las tonalidades de su piel.
Los más antiguos señalan que el duende es un espíritu que vivía en el cielo en forma de ángel, peleó con Dios y cayó en desgracia. Como era tan dicharachero y enamorado se vino pa´ la tierra a perseguir a las mujeres bonitas y a cobrar venganza con los humanos.
Otros afirman que estos gnomos son personas comunes y corrientes, que mediante una oración y ciertos conjuros, que se hacen completamente desnudos, puede volverse invisible.
Al hablar de duendes en el llano misterioso es fácil escuchar historias fantásticas como la que se relata a continuación:
Cuentan que hace muchos años existió en el llano una joven muy hermosa la cual era cortejada y fastidiada de manera constante por un duende.
María Isabel, como se llamaba una de las jóvenes más bonita y querida de la región, desapareció un día sin dejar ningún rastro, y por más que sus padres la buscaron entre familiares y amigos, no tuvieron noticia alguna de su paradero.
Fue tanta la desesperación de sus progenitores, que pasado algún tiempo, y después de pedirle perdón a Dios y a los santos de su devoción, pues se trataba de una familia muy cristiana y lo que habían resuelto iba en contra de sus tradicionales principios cristinos; decidieron llegar donde el brujo del caserío como último recurso para conocer el paradero de su querida primogénita.
Las ansias de encontrar a su hija no les permitió observar lo espeluznante del recinto donde el médium realizaba su lúgubre labor: Santos que pendían de la pared en diferentes posiciones, matas que parecían no pertenecer al reino vegetal tapizaban las raídas paredes de indescifrable color, velones que por la poca luz que reflejaban parecían estar a disgusto dentro de las cuatro paredes, espejos y frascos donde pequeñas serpientes parecían resistirse a la presencia de los extraños. La figura luctuosa del hombre completaba el cuadro fantasmagórico del lugar; su imagen doblegada como haciéndole culto a la mala tierra. Sus ojos hundidos en la cadavérica faz y su rostro bilioso terminado en una barbilla larga con una barba intensa y descuidada y la boca retorcida de la cual despuntaba su único e irregular diente.
Cavidad, por demás contraída, de la cual estuvieron ansiosamente atentos los padres de María Isabel, después que Crisóstomo, que así se llamaba el brujo, hiciera lo que podía llamarse un complicado trabajo de predicción, que iba desde unas balbuceantes e ininteligibles palabras hasta el sumergimiento de la foto de la niña mujer en un agua de turbio color.
Lo que escucharon los angustiados padres acrecentó su impaciencia y preocupación. Su hija se encontraba en algún lugar de la selva a donde había sido llevada por un duende enamorado que la alimentaba de frutas silvestres y raíces de árboles, le daba serenatas con arpa, tiple, bandola, cuatro, maracas, dulzaina; acompañado de un cortejo de la misma estirpe Cerca al lugar del cautiverio, cruzaba un pequeño riachuelo en donde la desdichada, cada vez que podía, colocaba barquitos de madera con su nombre y señas del lugar donde se encontraba, esperando que algún día alguien pudiera rescatarla.
Después de preguntar las señas exactas y ser orientados por el brujo para llegar al lugar, partieron los padres, en compañía de un baquiano, con la esperanza de encontrar con vida a su adorada hija.
Después de 53 días de caminar día y noche, por caminos intransitables, atravesando ríos y esteros, plagados de pirañas y tembladores, por fin lograron divisar el lugar descrito por el hechicero. Tomando todas las precauciones se acercaron a la orilla del caño donde precisamente, en esos momentos, María Isabel, colocaba un barquito sobre las cristalinas aguas, en el cual le participaba a sus padres la dicha que la embargaba ya que por fin había encontrado el amor y la felicidad al lado del hombre que para lograrlo se había convertido en el espíritu burlón que la había hecho cautiva.
En Arauca, tradicionalmente, se ha hablado del duende de Urapal, para hacer referencia a cierto personaje folclórico de esta vereda.
También se conoce la historia del duende de Lérica y el mucho más conocido duende de Las Camazas, del cual existe un corrido en copla:
El duende de las camazas
es un duende desordenao
le agarró el rabo a don Goyo
un viejo tan delicao.
En Arauca es cotidiano escuchar “fulano es un duende pa´ enamorao”, para referirse a un individuo mujeriego.
Para convertirse en duende, la tradición oral explica:
Se utiliza la pirahaba, se toma un espejo, se tiran uno por uno los granos, mirándose al espejo en el momento de lanzar el grano.
Al tirar uno y no mirarse en el espejo, el individuo queda convertido en duende.
Con un gato negro, después de ser hervido hasta quedar únicamente los huesos, se realiza el mismo rito que con la pirahaba.
Para evitar la presencia del espíritu burlón, se le debe decir toda clase de groserías. La música de cuerda también impide la presencia del duende. Al escuchar ésta, recuerda la música que escuchaba en el cielo cuando pertenecía a los ángeles que se rebelaron con “Luzbel”, los cuales quedaron vagando por el mundo, unos con forma material como los micos y otros convertidos en espíritus como los duendes.
El Duende: espíritu burlón
Desde tiempo inmemorial, la tradición oral de los llanos cuenta de la existencia de un espíritu burlón que molesta a la personas y principalmente a las mujeres de las cuales se enamora y cuando no es correspondido. El espíritu se presenta, en forma de niño a la mujer que lo cautiva y sólo ella puede verlo. Dicen que tiene la capacidad de levitar, hacerse invisible, cambiar de apariencia y modificar las tonalidades de su piel.
Los más antiguos señalan que el duende es un espíritu que vivía en el cielo en forma de ángel, peleó con Dios y cayó en desgracia. Como era tan dicharachero y enamorado se vino pa´ la tierra a perseguir a las mujeres bonitas y a cobrar venganza con los humanos.
Otros afirman que estos gnomos son personas comunes y corrientes, que mediante una oración y ciertos conjuros, que se hacen completamente desnudos, puede volverse invisible.
Al hablar de duendes en el llano misterioso es fácil escuchar historias fantásticas como la que se relata a continuación:
Cuentan que hace muchos años existió en el llano una joven muy hermosa la cual era cortejada y fastidiada de manera constante por un duende.
María Isabel, como se llamaba una de las jóvenes más bonita y querida de la región, desapareció un día sin dejar ningún rastro, y por más que sus padres la buscaron entre familiares y amigos, no tuvieron noticia alguna de su paradero.
Fue tanta la desesperación de sus progenitores, que pasado algún tiempo, y después de pedirle perdón a Dios y a los santos de su devoción, pues se trataba de una familia muy cristiana y lo que habían resuelto iba en contra de sus tradicionales principios cristinos; decidieron llegar donde el brujo del caserío como último recurso para conocer el paradero de su querida primogénita.
Las ansias de encontrar a su hija no les permitió observar lo espeluznante del recinto donde el médium realizaba su lúgubre labor: Santos que pendían de la pared en diferentes posiciones, matas que parecían no pertenecer al reino vegetal tapizaban las raídas paredes de indescifrable color, velones que por la poca luz que reflejaban parecían estar a disgusto dentro de las cuatro paredes, espejos y frascos donde pequeñas serpientes parecían resistirse a la presencia de los extraños. La figura luctuosa del hombre completaba el cuadro fantasmagórico del lugar; su imagen doblegada como haciéndole culto a la mala tierra. Sus ojos hundidos en la cadavérica faz y su rostro bilioso terminado en una barbilla larga con una barba intensa y descuidada y la boca retorcida de la cual despuntaba su único e irregular diente.
Cavidad, por demás contraída, de la cual estuvieron ansiosamente atentos los padres de María Isabel, después que Crisóstomo, que así se llamaba el brujo, hiciera lo que podía llamarse un complicado trabajo de predicción, que iba desde unas balbuceantes e ininteligibles palabras hasta el sumergimiento de la foto de la niña mujer en un agua de turbio color.
Lo que escucharon los angustiados padres acrecentó su impaciencia y preocupación. Su hija se encontraba en algún lugar de la selva a donde había sido llevada por un duende enamorado que la alimentaba de frutas silvestres y raíces de árboles, le daba serenatas con arpa, tiple, bandola, cuatro, maracas, dulzaina; acompañado de un cortejo de la misma estirpe Cerca al lugar del cautiverio, cruzaba un pequeño riachuelo en donde la desdichada, cada vez que podía, colocaba barquitos de madera con su nombre y señas del lugar donde se encontraba, esperando que algún día alguien pudiera rescatarla.
Después de preguntar las señas exactas y ser orientados por el brujo para llegar al lugar, partieron los padres, en compañía de un baquiano, con la esperanza de encontrar con vida a su adorada hija.
Después de 53 días de caminar día y noche, por caminos intransitables, atravesando ríos y esteros, plagados de pirañas y tembladores, por fin lograron divisar el lugar descrito por el hechicero. Tomando todas las precauciones se acercaron a la orilla del caño donde precisamente, en esos momentos, María Isabel, colocaba un barquito sobre las cristalinas aguas, en el cual le participaba a sus padres la dicha que la embargaba ya que por fin había encontrado el amor y la felicidad al lado del hombre que para lograrlo se había convertido en el espíritu burlón que la había hecho cautiva.
En Arauca, tradicionalmente, se ha hablado del duende de Urapal, para hacer referencia a cierto personaje folclórico de esta vereda.
También se conoce la historia del duende de Lérica y el mucho más conocido duende de Las Camazas, del cual existe un corrido en copla:
El duende de las camazas
es un duende desordenao
le agarró el rabo a don Goyo
un viejo tan delicao.
En Arauca es cotidiano escuchar “fulano es un duende pa´ enamorao”, para referirse a un individuo mujeriego.
Para convertirse en duende, la tradición oral explica:
Se utiliza la pirahaba, se toma un espejo, se tiran uno por uno los granos, mirándose al espejo en el momento de lanzar el grano.
Al tirar uno y no mirarse en el espejo, el individuo queda convertido en duende.
Con un gato negro, después de ser hervido hasta quedar únicamente los huesos, se realiza el mismo rito que con la pirahaba.
Para evitar la presencia del espíritu burlón, se le debe decir toda clase de groserías. La música de cuerda también impide la presencia del duende. Al escuchar ésta, recuerda la música que escuchaba en el cielo cuando pertenecía a los ángeles que se rebelaron con “Luzbel”, los cuales quedaron vagando por el mundo, unos con forma material como los micos y otros convertidos en espíritus como los duendes.
Tomado:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
El chivato o diablo
Los ojos de este animal, dice don Pedro, un viejo llanero, conocedor de todos los peligros y misterios que asechan al caminante del inmenso e impredecible llano, asustan hasta a los más cogotudos y temerarios, son llamas de fuego que erizan la piel y hacen perder el sentido.
Un día que me encontraba cazando, cuenta Pajarote, un llanero de los que no han conocido nunca el miedo, se me apareció el bicho. Con la tranquilidad del buen cazador levanté mi escopeta cargada con guáimaros tigreros, mientras pensaba: “te jodiste bicho del demonio”. Apunté directamente a los ojos para borrar de una maldita vez esa mirada que estaba empezando a producirme cosquilleo por todo el cuerpo. El estruendoso disparo hizo eco en toda la sabana, igual que el sonido de un cañón.
En este preciso instante cerré los ojos cegados por el humo pero también para pedirle a mi Dios que las cosas me salieran bien.
Cuando los abrí nuevamente, cual no sería mi sorpresa cuando, petrificado, pude ver que el animal me sonreía, cada vez más imponente. El poco de valor que me quedaba empezaba a esfumarse así como lo hacía la oscuridad para dar paso al
clarear matutino.
Rayaba el alba y yo seguía ahí, entumecido, mi cuerpo no atendía a la orden de correr, de alejarme del peligro, estaba completamente engarrotado, seguía allí en el mismo sitio, parado, como si los pies estuvieran fijados en el suelo.
El animal seguía observándome y sonriendo como recreándose con el miedo que me producía su llameante mirada, las fuerzas me abandonan; era una sensación que no había sentido nunca en mi larga existencia de llanero trujano, acostumbrado a enfrentar los peligros de la sabana.
Apenas si pude levantar mi mano derecha para hacerme la Santa Cruz, cuando el bicho empezó a moverse en mi dirección lo hacia lentamente, sintiéndose dueño de la situación, como recreándose con mi miedo.
Ya la sabana se había poblado con la claridad matutina y podía observar mejor la imponente figura del animal. Dos metros de altura, unos ojos llameantes y dos grandes carameras pendientes de una cabeza demasiado pequeña y unas garras como de tigre conformaban el aspecto del ser más impresionante que el hombre haya visto; lo puedo jurar por el mismo Jesucristo.
El animal se acercaba cada vez más y yo ahí, parado, sin acertar a sacar el cuchillo que colgaba de mi cintura como un adorno o un simple recuerdo de los peligros que con él había enfrentado.
Ya el animal estaba a menos de tres cuerpos de distancia y se disponía a saltar sobre mí, indefensa presa. De pronto se detuvo, el canto lejano de un gallo hizo que por un momento se olvidara de mí y mirara con terror el lugar de donde provenía la voz de mi salvador; luego volvió la cabeza retrocediendo por donde había llegado, todavía me lanzo una fulgurante mirada con sus llameantes ojos antes de desaparecer definitivamente por la maraña selvática.
Días después, al contar la historia me di cuenta que le debía la vida al canto de un gallo. Ese animal, me dijo don Silverio, un anciano llanero que se las sabe todas cuando de aclarar misterios se trata, representa el gallo de la pasión, aquél que anunció la venida de Cristo.
Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
0 comentarios:
Publicar un comentario